martes, 28 de enero de 2014

LOS JUDÍOS Y LA INQUISICIÓN EN JAÉN



       La Inquisición europea se fundó en el año 1220 por el Papa Honorio III pero sus inicios no fueron tan severos como en épocas posteriores. En la España medieval, los Reyes Católicos dieron un fuerte impulso a esta institución modificando algunas cuestiones como el hecho de que a partir de entonces serían  los propios reyes quienes designaran y expulsaran a los inquisidores y también serían los propios monarcas quienes tendrían el control económico del Santo Oficio. En el año 1481 fundaron el primer Tribunal en Sevilla, al año siguiente lo hicieron en Córdoba y en 1483 lo establecieron en Jaén y Ciudad Real. Este importante dato histórico demuestra el elevado número de población judeoconversa que tuvo que haber en Jaén para determinar su creación aquí antes que en muchas otras localidades españolas.          

       Al parecer, los primeros inquisidores se alojaban en una casa que el Condestable Iranzo poseía dentro de la misma judería. El Tribunal de la Inquisición se ubicó en el Convento de Santa Catalina Mártir (dominicos. Hoy, Archivo Histórico Provincial) donde permaneció hasta el año de 1526.

       Los Edictos de Fe se leían en la antigua Catedral gótica y los Autos de Fe comenzaron haciéndose en la misma judería, en la Plazuela de Santa Cruz, y posteriormente se celebraron en la Plaza de Santa María. Los sambenitos, o sacos penitenciales que los condenados estaban obligados a llevar, tras haber cumplido la condena se colgaban en la Catedral, junto a la antigua “Puerta del Caballico”, para su exposición pública y permanente, de modo que el reo y su familia quedaban así señalados para toda la vida. Los condenados a prisión, cumplirían su pena en la cárcel que se situaba al inicio de la actual calle Campanas, esquina con la Plaza de San Francisco y para los condenados a la hoguera, el brasero se situó en un lugar denominado Marrubial o Marrubiales, a las afueras de la ciudad pero en sitio aún no identificado.

       La Diócesis de Jaén contó durante la Edad Media con dos grandes obispos que ostentaron el cargo de Inquisidores Generales. El primero fue don Diego Deza, hombre de confianza de los Reyes Católicos y tutor de su hijo, el Príncipe Juan. Gran defensor de la aventura de Colón en América, influyó mucho en la Reina Isabel para que le apoyara en su viaje. Este obispo dirigió la diócesis giennense desde 1497  hasta 1500, fecha en que fue trasladado a Sevilla, donde murió y está enterrado.

        El otro gran Inquisidor fue su sucesor, don Alonso Suárez de la Fuente del Sauz, quien consiguió impedir durante su episcopado el traslado del Tribunal de Jaén a Granada. Ocupó la cátedra de Jaén desde 1500 hasta 1520. Este obispo está enterrado en la Capilla Mayor o del Santo Rostro de la Catedral.      

        En 1526,  Jaén pasó a depender del Tribunal de Córdoba y al poco ya la propia Inquisición se lamentaba de la falta de documentación del tribunal de Jaén, seguramente perdida en los traslados. En los siglos XVI y XVII la Inquisión buscaba en la ciudad de Jaén una casa particular en la que los judeoconversos se reunían clandestinamente para hacer sus rezos y aun en 1745 se procesó al médico de Jaén  Manuel de Acuña, acusado de ser criptojudío.


       En 1780, otro Inquisidor General, Agustín Rubín de Ceballos, se estableció como obispo de Jaén, hasta el año 1793  en que murió. Este prelado está enterrado en la Catedral de Jaén, en la Capilla de San Eufrasio de quien era muy devoto y cuyo retablo costeó.  

RESTOS MATERIALES DE LA PRESENCIA JUDÍA EN LA CIUDAD DE JAÉN


 RESTOS MATERIALES DE LA PRESENCIA JUDÍA EN LA CIUDAD DE JAÉN

En frente del Pilar del Arrabalejo se encontraba el cementerio judío.




La Sinagoga

       En el Real Monasterio de Santa Clara de Jaén,  la fachada trasera que da a la calle de Santa Cruz  presenta un pequeño trozo de muro que sobresale del resto y que muestra un corte muy irregular. Éste viene identificándose con el único vestigio que habría sobrevivido de la antigua Parroquia de Santa Cruz, anterior sinagoga en tiempos medievales. La existencia de esta sinagoga queda demostrada gracias a un documento de 1413 emitido por el Cardenal de Montearagón, referido a un pleito de las monjas de Santa Clara con la nueva iglesia de Santa Cruz que se señala como antigua sinagoga y de la que se indica que estaba situada al otro lado del refectorio del convento.

       Se desconoce la fecha exacta en que la sinagoga se vio obligada a transformarse en templo cristiano pero tradicionalmente se establece como la más probable los últimos años del siglo XIV, cuando se desataron los progroms más violentos.


       En el siglo XIX, Santa Cruz se cerró al culto definitivamente y el convento amplió su fábrica hasta quedar como en la actualidad. 

Sobre la Iglesia de San Andrés

Sobre la Iglesia de San Andrés

       En el año de 1971, don José Chamorro en su “Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén” expresaba acerca de la iglesia de San Andrés que los arcos mudéjares de sus naves “… evocan el recuerdo de Santa María la Blanca y que, apreciados por distinguidos hebraístas, han afirmado que sin duda tienen su origen en algún edificio judío, principalmente sinagoga”.

       Posteriormente, los Historiadores del Arte don Pedro Galera y Luz de Ulierte, magníficos conocedores y estudiosos del Patrimonio Artístico de Jaén, se hicieron eco también de esta posible vinculación de San Andrés con una sinagoga.

       El Historiador don Luis Coronas y el Arqueólogo don Vicente Salvatierra, ambos máximos especialistas en el período histórico de que tratamos, en cambio, descartan tal posibilidad argumentando las siguientes razones de peso: Por una parte, está documentada la existencia de la Iglesia de San Andrés ya en el año 1311, momento en que los reyes cristianos aún se mostraban tolerantes con los judíos por lo que no es probable que les arrebataran su sinagoga para la construcción de un nuevo templo cristiano.

       Por otra parte, la entrada principal de la Iglesia de San Andrés se abre a una calle  que en época medieval quedaba fuera del espacio físico de la judería y además se trataba de una de las vías principales que conectaría directamente la ciudad con una de las puertas de la muralla - la Puerta de Baeza - por lo que resulta impensable que el poder dominante, islámico primero y cristiano después, permitiera a la minoría judía acceder a su sinagoga desde este punto.  Este argumento cambiaría si se descubriera que en aquellos tiempos, la puerta principal de la iglesia de San Andrés no tenía el mismo emplazamiento que en la actualidad sino que se ubicaba en otra calle que sí quedara dentro del espacio físico del barrio judío. Pero esta es una cuestión que de momento se nos escapa.


       Don Rafael Cámara, Presidente de la Asociación Cultural “Iuventa” defiende   la postura de que San Andrés sí fue una sinagoga inicialmente. Para ello se basa en un cúmulo de coincidencias sobre dicha iglesia que, contextualizadas en un marco físico que linda con la antigua judería gienense, se convertirían para él en indicios también de peso para justificar su origen como templo judío. Así, para el sr. Cámara, estas coincidencias-indicios serían: una entrada principal mucho más sencilla que el resto de iglesias históricas de la ciudad (las sinagogas presentan accesos muy sencillos); la puerta de entrada no queda frente al altar mayor (las sinagogas nunca tenían la puerta de entrada frente a la orientación del templo para que al salir de la misma no se diera nunca la espalda a la Torá); la orientación del templo hacia el este; el pavimento interior del templo a un nivel inferior al de la calle (las sinagogas solían situarse por debajo del resto de templos cristianos); la similitud artística de la planta del templo con las iglesias de Santa María la Blanca, de Toledo, y la Iglesia del Corpus Christi  de Segovia, ambas inicialmente sinagogas; la presencia de un patio que recordaría los patios de acceso de las sinagogas; la denominación popular antigua de la actual calle del Rostro como la calle “de las Escuelas” por la presencia del colegio de San Andrés (pero que para Rafael Cámara serían reminiscencias de la presencia en el mismo lugar de la yesibah o centro de estudios religioso judío que habría unido a la sinagoga);  entre otras.

La Yad

La Yad

       La palabra Yad significa en hebreo “mano” y así es como los judíos denominan al puntero con el que el rabino sigue la lectura de la Torah para evitar el contacto directo de ésta con el cuerpo humano, una forma de evitar la “contaminación” del libro sagrado con sustancias impuras.

       En las excavaciones arqueológicas  realizadas en el solar ocupado hoy por la Casa de las Artes “Sabetay d’Jaen” (Universidad Popular), en el corazón de la judería, se descubrió uno de estos punteros en la bodega de una casona del siglo XIV, aunque su identificación no está aún del todo clara. Para unos especialistas podría tratarse de un adorno para el pelo y para otros se ajusta a lo que sería un puntero judío o yad. El objeto en cuestión parece estar realizado en marfil, aparece labrado en su parte superior con 7 círculos concéntricos y presenta una pequeña hendidura de sujeción, como para quedar colgando de algún punto (¿del libro de la Torá?)


         El descubrimiento de este objeto, claramente asociado a la religión judía, demostraría la presencia de judíos (conversos aparentemente) en la ciudad de Jaén aún después de la expulsión de 1492 y refutaría la identificación tradicional de este barrio como la verdadera judería de Jaén.

El Coro de la Catedral

El Coro de la Catedral

       La sillería del coro de la Catedral se ejecutó a lo largo del siglo XVI, añadiéndose algunos elementos en el siglo XVIII. Por su similitud con la de la Catedral de Burgos, podría pensarse en el escultor Felipe Bigarny como autor de su traza. En ella trabajaron
en sus inicios Gutierre Gierero, Juan López de Velasco y Jerónimo Quijano y más tarde, en la época barroca, lo hicieron Julio Fernández y Miguel Arias.

       Sus relieves decorativos muestran imágenes de santos y escenas bíblicas del Antiguo y del Nuevo Testamento, es decir, escenas de la historia del pueblo judío.

       A lo largo de la historia, el arte ha creado un estereotipo del aspecto físico que tendría un judío para ayudar fácilmente a su identificación: rostros con nariz aguileña, mentón pronunciado y, en numerosas ocasiones, rostros de semblante feo y desagradable, para que el espectador los asociara rápidamente con  algo casi maligno que había que rechazar. Muchas de las representaciones de judíos que aparecen en la sillería de la catedral participan de estos estereotipos.

       Pero más allá de estas “estampas de judíos” predeterminadas, el coro de Jaén nos muestra  cómo eran sus vestimentas, no en la Palestina de Jesús, sino en el Jaén de principios del siglo XVI cuando se hicieron las sillas corales. Y nos enseñan también los sambenitos de los condenados por la Inquisición y  las características rodelas que los judíos estuvieron obligados a llevar, impuestas por leyes reales y normas de la Iglesia desde época medieval. Las rodelas eran pequeños trozos de tela de forma circular, de color rojo o amarillo, que se colocaban en el hombro, sobre el vestido o sobre la capa, como una marca o distintivo de su condición de judíos.   

       Especialmente interesantes resultan los relieves que narran las escenas del Nuevo Testamento. Así, en las escenas de la Circuncisión y la Presentación de Jesús en el Templo, el rabino que oficia la ceremonia porta en su cabeza una mitra de obispo, “error” intencionado para indicar de forma didáctica al espectador cristiano su condición de máxima autoridad espiritual, aun cuando  se tratase de otra religión.

        La escena de Jesús expulsando a los mercaderes del Templo es, sin duda, una de las más interesantes, pues nos muestra al mismo tiempo un personaje que porta el sambenito y otro que lleva la rodela. Igualmente, en la escena de Judas cogiendo el dinero por el que ha traicionado a Jesús y en la tabla nº 44 del Antiguo Testamento, otros dos personajes llevan sobre sus capas la rodela.

       Las tablas que desarrollan la Pasión de Cristo, cambian en numerosas ocasiones a los soldados romanos por figuras de judíos: la flagelación, poniéndole la corona de espinas, escupiéndole y abofeteándole, presentándolo al pueblo para que eligiera entre Él y Barrabás, en el episodio de Pilatos lavándose las manos, en el via-crucis, crucificándolo y sorteándose la túnica y hasta el mismísimo soldado que le dio la lanzada se transforma en un auténtico sefardí.


       Finalmente, la tabla nº 68 del Antiguo Testamento muestra al Gran Rabino (nuevamente con mitra de Papa) en el interior del Templo de Jerusalén, junto a la Menorah o candelabro de siete brazos, símbolo bíblico por excelencia del judaísmo. 


El Friso gótico de la Catedral

                                                  El Friso gótico de la Catedral

       La fachada trasera de la Catedral, orientada hacia la calle de Valparaíso o “callejón de la mona”, está recorrida en toda su longitud por una moldura de estilo gótico florido fechada hacia finales del siglo XV y principios del siglo XVI y atribuida al cantero Enrique Egas. Poco más podríamos añadir a tenor de la documentación escrita de la época que se ha conservado al respecto.

       El profesor gienense don Emilio Luis Lara López, doctor en antropología, ha estudiado la cenefa durante varios años y según su criterio tendría la siguiente interpretación: Para el profesor Lara López,  la popular “mona” de la catedral representaría al judío sedente, figura que abre un discurso antisemita de advertencia al cristiano medieval, para que éste no caiga en la tentación de judaizar  e incluso para invitar a los propios judíos a la conversión como medio de rechazar al maligno y alcanzar la salvación.



       Así  contextualizados, los diferentes elementos decorativos  que recorren la cenefa se interpretan como símbolos judíos (figuras de cerdos que aludirían a los “marranos”, es decir, a los judeoconversos tal y como se les llamaba en aquella época), cristianos (granadas que simbolizarían la Iglesia; una gárgola con posible forma de pelícano y espigas de trigo que representarían la eucaristía; conchas que significarían el bautismo, la conversión, etc.) e inquisitoriales (figuras humanas y animales atadas a unas ruedas en llamas que podrían representar a los conversos penitenciados, condenados a la hoguera por la Inquisición).